Tomo mi equipaje, sin olvidar los periódicos que ya no me sirven para nada y la novela que aún tendré oportunidad de hojear en los próximos días, y desciendo al andén con un temblor, mirando a un lado ya otro, como si quisiera encontrar de inmediato un rostro conocido, lleno de espectación por una ciudad en la que en el fondo no sé me ha perdido nada o justamente lo contrario: se me ha perdido todo. cruzo el vestíbulo de la estación sin fijarme ni poco ni mucho en los cambios. Sólo preocupado por saboerar el momento. Toda mi atención está concentrada en los pasos que doy en ese vestíbulo, sin ocuparme de los anuncios luminosos o de las luces amarillentas. Los puestos de tabacos y dulces, y el de revistas y periódicos, ante los que se detienen gentes aburridas de esperar, mirando sin ver nada, no son más que manchas de colores abigarrados.
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