Tanger bar, entrada por tren

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ketari

Vagamente presiento que en esta ciudad a la que me acerco, tras haber padecido un prolongado cambio de tren y unos enojosos trámites de aduana, entre paradas y traqueteos, taludes, barrios industriales - todo iluminado por la luz del ocaso - hay algo amenazante, algo que quizas sólo sea el fantasma de mi propio pasado; pero que todavía puede hacerme daño. Más sólo es una vaga inquietuz, algo que de inmediato queda acallado por la expectación del regreso, por la curiosidad que me produce de tenerme en una ciudad en la que he vivido, ser en ella un desocupado viajero de paso, y la pespectiva de emprender el juego de buscar los restos de mi pasado. un complaciente y en el fondo necio juego en el que no creo y al que me abandonaré con ases falsos y cartas marcadas.

Falta poco para llegar a la vieja estación. lo séd esde que por la ventanilla comienzan a desfilar los barrios más sórdidos de la periferia. el tren avanza ya más lentamente y aparecen los viejos, nudosos plátanos que han perdido casi todas sus hojas. Ahí está al fin la estación. El tren se detiene con una sacudida bajo la marquesina de techumbre de madera pintada de blanco y la estructura metálica en rojo oscuro. Suben algunos viajeros; son más raros los que se apean. La encuentro caso tal y como la vi por última vez al partir hace quince años, pienso, auqnue no sepa precisar muy bien en qué puede consistir el cambio.

 

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