El niño iba a colegio de pago. Habrá que precisar. El niño iba a colegio de pago, pero de mucho pago. Un colegio de los más distinguidos de la ciudad. Un colegio selecto en el que estudiaban los niños más selectos, y también el niño. Bueno, el niño y los dos hermanos mayores del niño que, como se dijo, habían elegido sus amigos entre los niños selectos del colegio. Ellos sabrían –y supieron– manejar y superar aquella incoherencia.
El niño se preguntó muchas veces por qué sus padres los enviaron a aquel colegio, teniendo en cuenta que en casa se respiraban estrecheces, que con el único sueldo de su padre se mantenían los seis hijos y los abuelos, que cada vez que llegaba una factura, o era necesario comprar ropa, o se estropeaba algún utensilio doméstico, o el mobiliario, o se necesitaba una obra, en fin, que cuando se presentaba un gasto extraordinario, el padre se echaba las manos a la cabeza. Cualquier gasto imprevisto era un drama. Llevarlos a ese colegio era una incongruencia. Y para que no faltase de nada a aquel disparate, las chicas, las tres, estudiaban en unas monjas francesas y también compartían aula con la crème de la crème.