En el exterior tomo un taxi. Le pido al taxista que me lleve al hotel Reina Natalia. El taxista masculla algo parecido a que está aquí al lado, cosa que yo ya sé. No le hago caso. No quiero empezar mi estancia en la ciudad con una discusión agria y tonta. Ha anochecido, auqnue todavía, hacia poniente, hacia el mar, pueda verse un débil y agonizante resplandor. El taxi avanza muy tentamente en dirección al hotel. El tráfico es denso. Cruza el puente sobre la ría. Despacio. Yo me fijo en los angelotes de las farolas en los caballo iluminados por una luz de otro mundo.
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