Tanger bar, Paseo Nuevo y teatro Príncipe

Libros

ketari

Busco el paseo del rompeolas, solitario a esta hora. Sigue soplando ruidoso el viento sur. Camino a paso rápido junto a la barandilla del malecón. Veo las olas romper contra las rocas y a lo lejos un carguero blanco, lento, cabeceando mucho. El mar está picado y de un color sucio, verdoso oscuro, con grandes zonas pardas. A pesar de todo siento un íntimo gozo por volver a ver este paisaje. Al término del paseo, tomo una callejuela y doy con el desvencijado teatro Olympia. Una fachada azul añil con adornos geométricos blancos y las máscaras de la tragedia y la comedia a cada lado. Se ve que esta cerrado desde hace muchos años. El aire está lleno de perfumes contradictorios. En esta calle, junto a las taquillas cerradas del teatro, los fuertes olores del mar y de la humedad del teatro clausurado que se filtra por las rendijas de sus puertas. Y otro más indefinible. Un perfume ácido que no puedo precisar a quién o a qué pertenece en concreto, algo lejano que viene y se va con cada golpe de viento y que me trae borrosas escenas de fiebre, frases, palabras sueltas, rostros que no pertenecen a esta ciudad. Sigo mi camino y al llegar a la alameda entro en el primer café que encuentro a mi paso. Es un viejo local, quizás el único que quede en esta parte de la ciudad, Café de la Marina, se llama. Un café con espejos, latones de un brillo apagado, alguna palmera no del todo sana y una clientela mayor unas veces silenciosa, otras parlanchina. Pido un café solo bien cargado. Todavía no he podido leer los periódicos que he comprado esta mañana. Me sumerjo en la lectura de estos datos fragmentarios de un mundo que hace tiempo que he perdido de vista y al que voy a tener que acostumbrarme de nuevo.

Pag.: 58

paseo nuevo café de la marina cines príncipe olas tanger bar