Tanger bar, hotel María Cristina

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Yo mismo cojo las maletas, subo la escalinata de la entrada, cruzo con alguna dificultad la puerta giratoria y entro en el hall. Tras el mostrador de recepción hay dos empleados; uno de ellos se encuentra sentado y sólo veo su cara iluminada por una lamparilla; el otro, de pie, mira fijamente ante si al infinito. El gran vestíbulo, cubierto con alfombra ya un tanto raídas, está iluminado tristemente por una enorme araña que no tiene todas sus luces encendidas. En el ambiente flota un olor rancio, dulzón, a cera, a polvo a viejas tapicerías hace ya unas semanas que la temporada ha termina No sé porque digo todavía nuestrado y, además para este hotel hace ya años que todo o casi todo ha terminado. Cuando yo me marché de la ciudad ya estaba en franca decadencia, ya no era la parada obligada de la aristocracia, de los parásitos y de todo el turbio mundo de desocupados y jugadores profesionales que, según decían, habían hecho de el en el apsado el escenario de sus andanzas y le había dado su aire cosmopolita. Para nosotros había sido un varadero - mantenía abierto su bar hasta muy tarde por la noche -, uno de los jugadores donde habíamos dejado correr el tiempo, una parada más en nuestra perpétua ronda, en nuestros pasode cuadrilleros en una ciudad deshabitada, muerta. No sé por qué digo todavía nuestra, si yo no fui otra cosa que una comparsa en aquella fútil y lejana historia; pero el caso es que al entrar en el hotel Reina Natalia todavía creo sequir entrando en un espacio que en cuerta forma ha sido alguna vez mío.

 

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