Tras aparcar junto a la tapia sobre la que sobresalían los magníficos magnolios de Toki Eder, comprobó que muchos vecinos se agolpaban a la puerta de la finca serios, como impresionados, mirando entrar y salir un inusual movimiento de vehículos. El hombre se acercó a preguntar. La Duquesa había muerto.