Puertas coloradas, Villa Eguzki Lore

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La mayoría prefirió recoger el postre y llegar hasta la pared de la villa Eguzki Lore, un hermoso palacete con aire colonial de mediados del siglo XIX que había sido restaurado con mimo por los descendientes del general que lo mandó edificar, un militar que fue gobernador en una provincia cubana y cuyo busto en granito presidía la rotonda de flores justo frente a la entrada del palacio. Se decía que el general indiano era muy orgulloso y como las autoridades municipales no le dedicaban una calle quiso perpetuarse en su propia casa. Unos magníficos macizos de flores rodeaban la casona, flores que a su vez recibían la sombra circular de castaños, cipreses, acacias y frutales. El ensanche de la carretera había dejado el busto del general casi en la puerta exterior y a la vista de cualquiera. Quizá eso le hubiera encantado.

Por el sencillo procedimiento de subirse los más bajos en los hombros de los más altos, en menos de diez minutos hicieron acopio de muchos más melocotones de los que pudieran comer y, como estaban aún bastante verdes, dieron cuenta de unos pocos y repartieron los demás para llevarlos a casa. El niño, el hijo del tendero y el hijo del chófer de coche oficial renunciaron a su parte, que pasó a los bolsillos del resto.

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