Del cementerio civil fueron al osario, una especie de depósito construido en un extremo del cementerio al que sólo se podía acceder furtivamente cruzando a rastras por debajo de un seto de boj, obstáculo poco contundente para el niño y sus amigos, que fueron turnándose para mirar por el hueco de una especie de tronera abierta en la pared. Podían apreciarse perfectamente cráneos, costillas, huesos de brazos y piernas, en fin, todo un heterogéneo conjunto de osamenta humana que dejaba a los chicos impresionados y con el agridulce encogimiento del estómago que producen las emociones fuertes. El hijo del linotipista, como otras veces, salía del osario jurando que la próxima vez iba a llevar la caña de pescar para hacerse con una calavera.