El hijo del ordenanza del centro sanitario apareció un día después, estando todos reunidos y anhelantes bajo el magnolio, con un viejo y resobado ejemplar de la revista "Paris-Hollywood" bajo la camisa. Habían planeado subir al monte y recoger platos de tiro para ir haciendo capital, a la vista del tentador mercado de revistas, novelas, fotos y cualesquiera materiales docentes para la nueva asignatura en la que se estaban iniciando. Antes de llegar al club de tiro, en un viejo molino bajo los pinos, decidieron echar la primera ojeada. En aquella pringosa revista pudieron contemplar y sopesar tetas de todos los tamaños y algún culo que otro, poco más, y teniendo en cuenta que estaban en francés, por más que el chico llevaba avanzado ese idioma en el colegio, no hubo forma de enterarse de los relatos eróticos que supuestamente protagonizaban aquellas hembras de pechos generosos y pezones en punta. Las páginas fueron pasando lentas, morbosas, bajo media docena arracimada de cabezas febriles que imaginaban cómo sería el tacto de aquellos pechos, qué se sentiría si aquellas mujeres fueran de verdad y se los ofreciesen como en las fotos. Por más que recorrieron las páginas, no encontraron ninguna foto en la que las modelos enseñasen "lo de abajo" porque la habilidad del fotógrafo y la agilidad de las chicas se las apañaban para ocultar cualquier entorno de la entrepierna femenina. Ante ese encubrimiento, echaron a volar la imaginación y cada cual intentó describir cómo sería el sexo de una mujer adulta. El chico, después de denso y disparatado debate, sólo sacó en limpio que era una zona cubierta de pelo. O sea, que la incógnita quedó en el aire y el grupo de iniciados tuvo que contentarse con darle otro repaso a la variada exposición de tetas y culos mientras se les iba bajando, o desinflando, lo que la naturaleza y la curiosidad habían inflamado. Nadie dijo nada, pero a nadie le cabía duda de que cada cual se aliviaría en su momento y en su soledad del sofoco acumulado en el viejo molino.