Puertas coloradas, La Isla Santa Clara

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El chico y sus amigos cumplieron su plan y alquilaron dos barcas para pasar la tarde en la isla. Se acercaron incluso a las rocas donde se ocultaban las parejas, pero sin mayor entusiasmo. Alguien sugirió volver al barrio antes de que anocheciera y nadie, ni siquiera el hijo del linotipista, propuso prolongar aquella navegación así que remaron hasta hacerse ampollas, desembarcaron y salieron disparados del puerto para ocupar el banco en la plaza del magnolio. Frente a las chicas.

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