Puertas coloradas, Conventos de monjas de Ategorrieta

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Entre los numerosos conventos de monjas que se instalaron en el barrio había uno en el que las monjas se dedicaban supuestamente a la rehabilitación de chicas conflictivas a quienes las gentes del barrio definían como "las bravas", cuando no como "las putas". Los chicos del frontón, que siempre iban por delante de los chicos del reloj respecto a lo que se pudiera decir "la vida", solían frecuentar las visitas bajo las rejas de las internas para pedirles pastas, o caramelos, o chocolate, o cualquier golosina que, se supone, siempre abundan en los conventos de monjas. A cambio, les daban conversación, o les traían y llevaban mensajes a sus novios, o intercambiaban procacidades. De palabra, claro. Sucedió que una tarde, las "bravas" arremolinadas en una de las ventanas del primer piso requirieron a los mozalbetes para que se juntasen todos bajo esa ventana bajo la promesa de arrojarles chocolate. Cuando la tropa se reunió esperando que lloviese chocolate, de las ventanas de más arriba les llovió un diluvio de agua sucia. Los chavales, sorprendidos por el chaparrón, evacuaron aquella trinchera para, lejos del alcance de las aguas bravas, planear la venganza.

No hubo clemencia ni respeto al lugar sagrado. Un diluvio de pedradas se llevó por delante cristales, espejos, lámparas y todo lo que la lluvia de cantazos pilló por delante. Fue un ataque relámpago, tan fugaz como demoledor. Fue entonces cuando las monjas tocaron las campanas y salieron en tropel por la puerta principal, mientras que por otras salidas se iban sumando efectivos para echarles mano a los arrapiezos causantes de semejante estropicio. Fueron tres horas de persecución en una locura iracunda con frufrú apresurado de hábitos y tintineo alocado de rosarios, "bravas" encantadas con la cacería y guardias con linternas. Sólo uno de los aguerridos combatientes fue apresado, cosido a pellizcos por las monjas, molido a patadas por las "bravas" y multado por los guardias. Y conste que la captura fue debida a la delación de "Ladilla", monaguillo del convento, tras ser sometido al tercer grado.

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