Puertas coloradas, Casa Toki alai

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La casa la mandó construir el bisabuelo Lorenzo allá por los comienzos del siglo. Como esta historia se abre y se cierra en unos pocos años –el tiempo, ya se sabe, siempre es algo relativo y será largo o corto según quién y con qué criterio lo mida–, habrá que concretar que aquella casa a la que bautizaron Toki Alai vino a nacer hacia 1900, justo con el siglo veinte. Al niño, mientras fue niño, no le parecía que aquella casa fuera un "sitio alegre", como pretenciosamente definían las letras negras chafarrinadas sobre el fondo blanco un tanto desvaído de la fachada. Más adelante, cuando fue capaz de ver la casa desde la distancia del ánimo y del tiempo y, sobre todo, cuando la adecentaron una legión de pintores, albañiles y carpinteros, consideró que, desde el punto de vista urbanístico y estético, el edificio era hermoso.

Era una casa sólida, de cuatro pisos, fachada blanca, cuando quedó blanca, contraventanas rojas, mucha madera –con el tiempo hubo que tratarla contra una invasión de termitas–, tejado con terraza también rojo coronado en el chaflán por una especie de misterioso torreón cónico que el niño, mientras fue niño, jamás tuvo ocasión de conocer por dentro. Como añadido ornamental, la casa contaba con unos espléndidos miradores, aunque se debe matizar que eran sólo privilegio de los tres primeros pisos y, por acotar aún más, la generosidad del constructor favoreció solamente a los pisos de la mano derecha. Porque en la casa había "derecha" e "izquierda", detalle imprescindible para certificar la dirección exacta en los papeles oficiales y para orientar al cartero. Dos viviendas por planta, excepto en el último piso, el cuarto, que sumaba dos puertas en cada mano, cuatro viviendas.

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