Puertas coloradas, Campo de tiro de Ulia

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Ya se ha dicho que el monte era un monte urbano al que se podía subir por carretera, o por escaleras, o por el camino marcado por lo que en su día fueron los carriles de un tranvía que desapareció antes de la guerra de la que nadie hablaba. El plan del niño y sus amigos era subir por las escaleras hasta la cumbre y rodear el campo de tiro para recoger los platos de baquelita que cayeran ilesos fuera del terreno privado gracias a la mala puntería de algunos tiradores. Aquellos platos recuperados se revendían al club de tiro a través de un intermediario del barrio marginal que se encargaba de la limpieza del local y que se llevaba la mitad del beneficio. Después darían cuenta de los bocadillos en un merendero con mesas de piedra, gallinas que correteaban por todas partes, boñigas de vaca esparcidas por el suelo de tierra y un perro loco atado con una cadena que ladraba a todo lo que se movía. En el merendero, si había con qué, se podía comprar gaseosa, limonada, incluso sidra, para acompañar al bocadillo. La última etapa, ya bajando de regreso, era una parada en los viveros municipales para atrapar renacuajos en un estanque.

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