Hombres sin suerte, Real Club de Ténis

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Seniors eran a partir de las doce. A las doce y cuarto Aitor entraría en el vestuario. Para la una ya habría pasado todo. Después sería cuestión de disimular. Los nervios le hacían estar despistado, decir tonterías que no venían a cuento. Hablaba por hablar. Estuvo a punto de ir adonde estarían aguardando Aitor y Fermín y pedirles, rogarles, que suspendieran todo. No se atrevió. Fermín parecía otro. No sabía cómo podía reaccionar esa gente. Ya no se podía detener. Aquellos que saludaba eran sus amigos, a muchos les conocía desde el colegio, se sentía a gusto con ellos. Con los otros dos no tenía nada que ver. Apenas sabía nada de ellos. No pertenecían a ese mundo. Su mundo. Rechazar el sofá podía ser la primera ficha del puto dominó en que se había convertido su vida. Después, la casa. Marian. La soledad. El fracaso. ¿Cuál sería entonces su mundo? Olía el aroma de las flores de los setos de boj plantados para dar intimidad a los jugadores. Miraba las mimosas que crecía rodeando las pistas, a la gente, impecable, a las pelotas amarillas yendo de un lado para otro... él, también, deseaba con todas sus fuerzas preocuparse sólo de la pelotita, por ganar el partido, por mejorar el puto ranking y no estar obsesionado por el dinero.

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