Hombres sin suerte, Puerto donostiarra

Libros

ketari

Antes de llegar, Fermín se había dado un tranquilo paseo y se había sentado en un banco del muelle a fumar el último pitillo de la noche. A su izquierda, la bahía iluminada y de alli hacia adentro, la ciudad. Pronto la perdería de vista y, quizás, hasta la echara de menos. Muchas noches se sentaba ahí a mirarla. La recorría con la vista y se llenaba la cabeza de recuerdos. Su colegio al pie de la colina. Malos días para un niño pobre en un lugar para ricos. Otro empeño de su madre. Las salas de fiestas al borde del mar, los primeros bailes, las mujeres. No estaba hecho para que me gustaran. La parte vieja a su espalda, el alcohol, la lucha política, los primeros ligues. Todo mezclado en los setenta. Libertad irresponsable, ingenuidad. La mejor época de mi vida. Bien aprovechada. El olor a mar y a pescado flotaba en el ambiente, el rumor de voces de una cuadrilla que salía de cenar. Comer y beber, es lo que hay por aquí. Tíró la colilla del cigarro al agua y se quedó mirando cómo flotaba hasta que la perdió de vista. Ese mar oscuro siempre le había atraído como un fatidíco imán en sus peores momentos había estado apunto de sumergirse y dejarse llevar. De niño, vio sacar a un ahogado en la Playa de La Concha. La gente chillaba histérica. Estaba hinchado, debía de llevar un rato. A veces se imaginaba su propio cuerpo llegando así a la playa.

Pag.: 139

bahía de la concha parte vieja hombres sin suerte puerto