Caminaba sonriente por la calle San Jerónimo, cruzándose con mujeres con bolsas por donde asomaban barras de pan y el periódico. Las calles estaban recién regadas, en las esquinas aún quedaban restos de botellas rotas y un chaval descalzo dormía recostado en un portal. Aitor le miró con la severidad de los conversos y siguió su camino.
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