En los soportales de la calle San Martín frente a la Catedral del Buen Pastor en un lluvioso día de Mayo.
Descendimos en la plazoleta del Buen Pastor. Llovía y Aizpurua se dio prisa en cubrirse la cabeza con la capucha de su chubasquero. Luego de apartarse varios pasos con el fin de echar una carta en un buzón, me hizo señas para que nos reuniéramos en los soportales de la acera de enfrente. Reanudamos el coloquio al amparo de una columna, en uno de cuyos lados podía leerse esta pintada: ETA MATALOS. En lo alto del frontispicio de la catedral el reloj de esfera blanca señalaba las cinco menos veinte. Personas con indumentos de luto se arracimaban en el atrio, esperando el comienzo de algún oficio religioso, probablemente un funeral.
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Frente a nosotros la catedral se erguía con imponente compacidad, la piedra revestida de verdín y enganchadas en las agujas de ambas torres vedijas de bruma tenue.
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Se levantó algo de viento y la lluvia entraba a rachas en el soportal. Por esta razón, y porque nos parecía que se estaba juntando demasiada gente detrás de la columna, acordamos Aizpurua y yo proseguir nuestra plática en un bar que se hallaba a la vuelta de la esquina.
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Ignoro por qué razón permanecí junto a la columna viéndole alejarse, con su típico bamboleo, por una de las aceras que bordean la catedral presuroso, apartado de las fachadas que habrían podido protegerle de la lluvia. De pronto se detuvo. Advertí que volvía la vista y de un salto me oculté. Cosa de medio minuto estuve sin moverme; luego me asomé con precaución. Aizpurua acababa de subir la escalinata. Volvió de nuevo el rostro, pero no parece que llegara a divisarme. Por fin enristró hacia el atrio, que en aquellos momentos se hallaba vacío, abrió el portillo y se metió en el templo.
Autor: Fernando Arámburu
Editorial: Tusquets (1996)
ISBN: 978-84-7223-795-7