Jovialmente me refirió que venía de pasar la tarde en el geriátrico, acompañando a la abuela, que había sido ingresada en muy grave estado la noche anterior. Al hospital, un edificio de nueva construcción situado a media ladera de una colina, se accedía por una pendiente empinada que principiaba en la trasera de mi casa. El Pulcro lo calificaba, con ostensible placer, de «moridero de carcamales». No escondía su fascinación. Afirmó, entre otras cosas, envidiar a los enfermeros que entraban a su capricho en las habitaciones y podían permitirse, por ejemplo, tocarles los pies a los agonizantes. Dijo también haber experimentado arrobo contemplando a un vejete que se vaciaba de gargajos al abrigo de unas plantas de interior. Escenas de ese jaez me describió unas cuantas, con entusiasmo comparable al de un niño feliz que hubiese asistido por primera vez en su vida a una sesión circense. De ese modo pasamos el resto de la tarde, y cuando al fin llegó la hora de despedirnos, me declaró su intención de visitarme todos los días a su vuelta del hospital.
Autor: Fernando Aramburu
Editorial: Tusquets (1996)
ISBN: 978-84-7223-795-7