Todas las tardes, a las cinco, cuando terminaba sus clases, subía al Topo y regresaba a su casa, con la corbata oscura ceñida al cuello y su cartera como de cobrador de algo bajo el brazo, leía el periódico durante el breve viaje o miraba los altos bloques de pisos y los caseríos dispersos entre las colinas. Luego se encerraba con llave y ponía discos.