Cacereño, Roteta (Urraenea)

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Pepe dio más vueltas que un satélite artificial antes de localizar el barrio. Subía por un atajo serpenteando el monte, los dientes de sierra de las fábricas quedan atrás, aún resiste algún caserío aislado al borde del camino. Sobre el bidón vértice de una pila, una mano caritativa había trazado la dirección con flecha y todo: «A Extremadura, 1 km.».

Al doblar un recodo, apareció el barrio. Relojería Hora y Oro. Bar Alaska. Peluquería Higiénica de Mario. Bar América. El Recreo Instructivo, alquiler de novelas y tebeos. Bar Rojo. Zapatería Mari, liquidamos para pagar al contratista. Bar Paco. Bar Riojano. Bar-kito. Bar Placa. Deambuló entre los camiones, junto a la acera de cáscara de huevo, chapa de gaseosa, peladura de patata y tierra apisonada, tratando de orientarse.

No era fácil dar con la vivienda. Leyó el papel en donde tenía apuntadas las señas. Barrio Urraenea, Bloque C, puerta 1, tercer piso, letra H.

En vascuence Urraenea quiere decir sitio de avellanas. En su día hubo por allí un bosque de avellanos y nogales, urras e inchaurras, ahora sólo quedaba el nombre que a un constructor irónico le había dado por conservar.

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Las casas eran obsesivas, las habitaciones tenían ventanucas raquíticas que daban a corredores interminables, los cuales se cerraban a sí mismos y se superponían formando patios interiores. Absurdos patios de vecindad hacinados, cuando desde cualquier punto de la calle, sin urbanizar, se veía media Guipúzcoa. Son bonitas las Peñas de Aya.

Las casas van aumentando sin orden ni concierto, siempre hay alguna en construcción, Urraenea se convierte en un monstruo desarticulado que trepa monte arriba devorando los antes solitarios caseríos. Los caseríos contrastan fuertemente. Por su airoso tejado de aguas desiguales frente al bloque monolítico, por ser viviendas unifamiliares frente a la colmena, por vivir del campo frente a aquella aglomeración de mano de obra industrial.

Parece que la barriada la haya hecho el enemigo para que sus habitantes estén incómodos, incluso los colores son funerarios, a nadie se le ocurre pintar una fachada de morado Semana Santa. El contratista había puesto algunas farolas, pero el Ayuntamiento no da la luz hasta que no esté todo urbanizado y pueda hacerse cargo de ello. Nadie urbaniza porque por lo visto nadie tiene esa obligación. El alcantarillado tampoco está previsto.

Material malo y eliminación de servicios técnicos y sociales, es la fórmula para construir al alcance, es un decir, de la economía obrera. En Urraenea es el único sitio que se puede encontrar, y no siempre, un piso con facilidades de pago. Cien mil pesetas de entrada, el resto en cómodas mensualidades por un total de veinte años. Deben ser facilidades, porque los pisos duran menos que un merengue a la salida de un parvulario. Las bajeras se venden más para vivienda que para comercio, no está permitido, pero si cuando llega Sanidad has metido la cama con una embarazada dentro, dan el visto bueno.

Pepe deambula por aquellos andurriales de muy mala leche.

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El América tiene ambiente con tantas caras bonitas pegadas en las paredes, son postales, calendarios, anuncios y portadas de revistas. Desentona el aire yanqui de las que anuncian coca-cola, demasiado asépticas para este local. También hay una sinfonola y varios juegos tragaperras. El principal atractivo, sin embargo, son las tres chavalas de la barra, Soraya, Fabiola y Marisol. No para ahora que no pasa nada, sino para el follón de víspera de festivo. Las tres tenían de todo, abundante y bien puesto.

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A partir de las tres de la tarde del sábado, la fisonomía de Urraenea cambiaba de modo radical. Los hombres salían a echar la partida. Salían porque no cabían en casa, en el bar quizá estaban igual de apretados, pero podían pasar de uno a otro y en la calle había sitio de sobra por concurrida que estuviera.

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La ley marca que los establecimientos públicos cierren a la una, pero como Urraenea todavía no existe oficialmente, no hay por qué hacer caso a las leyes municipales. El pleito entre la empresa constructora y el Ayuntamiento, sobre quién debe pagar la urbanización, bloquea el acceso a los derechos cívicos.

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Desde el barrio, entre los montes, la noche queda rota por la iluminación de la bahía. El resplandor verde hierba y sepia roca hace fácil imaginar los yates anclados en La Concha. Estamos en plena temporada.

 

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