Cacereño, carretera cementos Rezola

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Venga a pedir paso el del 600 en curva peligrosa, sin visibilidad, con línea continua y discos de escuela, precaución y salida de fábrica. El camión ni se molestó en cambiar lo más mínimo su marcha en aquel tramo encajonado por los muros de Cementos Rezola.

En el camión van los de Urbanasa hacia Eibain, con un techo de lona y unas tablas corridas improvisando bancos, lo han convertido en autobús. En la parte de atrás, contemplando la carretera con aire místico, Pepe. Su mirada encuentra la del hombre joven que lleva el 600, serán aproximadamente de la misma edad. Ambos desvían la vista, no tienen nada que comunicarse.
El conductor del 600 tiene coche, va bien trajeado y ríe con los otros ocupantes, tan bien puestos como él, de la tontería que es pedir paso en estas circunstancias. A no ser que vuelvan, a estas horas de la madrugada no van de juerga, sólo pueden ir a trabajar. También hay formas diferentes de ir a trabajar. Pepe va con un cabreo de espanto. Serán jefecillos.

«Morales» se ha fijado en el 600 y mira a los, para él, chavales con simpatía. No son parásitos, su hijo cuando acabe aparejador será como ellos y alcanzará el mismo nivel dorado.

Acaba el encajonamiento, el 600 les adelanta. Sigue el tráfico normal. Se cruzan con el trolebús de Tolosa, lleva un remolque en el que las caseras meten sus cestas repletas de frutas y hortalizas que van a vender a San Sebastián, así no molestan a los pasajeros. Antes vendían también la leche, pero ahora no pueden hacerlo directamente, sino a través de la central lechera Gurelesa. La central no goza de simpatía popular, la prueba es el estribillo que le han colgado: Gurelesa, la mejor agua de mesa. Un gato despanzurrado parece una calcomanía sobre el asfalto. Una ristra de camiones de CAMPSA tapona la carretera con su marcha cansina, creen que además del monopolio del petróleo también tienen el de la ruta. No pueden adelantarles y siguen tras ellos hasta Eibain.

 

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