Ardor guerrero, Subida a Jaizkibel

Libros

ketari

Pero ahora ascendíamos, nos alejábamos hacia el nordeste, por carreteras cada vez más estrechas, viendo una franja de mar cada vez más amplia y más difuminada en niebla azul, deslumbrada por el sol, y en vez de entre colinas suaves e iguales con praderas brillantes y manchas de caseríos estábamos internándonos en un territorio más despoblado y más abrupto, con un aire más transparente y frío. Costeábamos la ladera de una montaña que tal vez ya era Jaizkibel, y desde la boca trasera del camión veíamos extenderse el país onduladamente hacia los valles ya muy lejanos y el mar. En cada curva el camión se inclinaba y crujían los neumáticos, y una vez caía hacia adelante una fila de soldados y otra la contraria, y si no andaba uno con cuidado se le escapaba el fusil o un cargador o la mochila y tenía que recuperarlo a gatas, conteniendo las nauseas y sujetándose donde podía cuando en la siguiente curva el camión se volcaba de nuevo, y procurando entonces no mirar hacia afuera para no morirse de miedo y de vértigo ante los precipicios que se abrían a unos centímetros de nosotros.

 

Pag.: 109

ardor guerrero cantábrico jaizkibel