«me quedo en la garita mirando el río, cuando sube la niebla, y me figuro que sale de ella un monstruo muy grande todo chorreando de barro y es que me estoy quedando dormido».
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con las pupilas enrojecidas, destemplados por la noche de intemperie en medio de la niebla y la lluvia, la noche de la última guardia, la última noche en vela que pisaban en el cuartel, vigilando el río tras la mirilla de la garita, calentándose a pisotones los pies entumecidos por la humedad y el frío, viendo subir por última vez de la maleza espesa de la orilla aquella niebla que para Agustín había cobrado algunas veces la forma de un monstruo de pesadilla infantil.
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