Fue un verano de humo de neumáticos quemados y de botes de gas lacrimógeno, de manifestantes y policías irrumpiendo en una doble estampida entre los bañistas que tomaban el sol en la playa de la Concha, provocando una confusión de gritos, sombrillas derribadas, remolinos de arena, golpes a ciegas de porras de goma, huidas de pánico hacia el mar. En los barrios de San Sebastián y en los pueblos más radicales del interior de la provincia surgía, para entusiasmo de Pepe Rifón, una mezcla incendiaria de amotinamientos y fiestas patronales, y la barbarie vernácula, beoda y masculina que suele desatarse en tales ocasiones se manifestaba igual en asaltos al balcón del ayuntamiento para arrancar del mástil la bandera española que en encierros de vaquillas.
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