Años lentos, Fábrica Cervezas el León

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ketari

Los trolebuses puede que ya los hubieran suprimido. Cristales empañados, aire saturado de humo (entonces se fumaba en los medios públicos de transporte), muchedumbre de pasajeros. Fuera llueve o ha llovido. En cualquier caso guardo el recuerdo del cielo nublado y las aceras mojadas. Vuelvo a casa con mi bolsa de deportes del entrenamiento de fútbol en la playa. En El Antiguo, frente a cervezas El León, se monta Visentico. Chapela, camisa de cuadros, jersey a la espalda con las mangas anudadas sobre el pecho, mondadientes en la boca. Siento nada más verlo una aversión invencible. No me ha hecho nada. ¿A quién iba a hacer nada malo aquel obrero bondadoso e inculto? Se dice, se cuenta, se murmura. Me han contagiado el odio que le profesa a él y a su familia mucha gente en el barrio por causa del hijo supuestamente colaborador de la policía. Me ve, me saluda. En lugar de corresponder a su saludo le clavo una mirada de fuego. Comprende. Sin decir nada vuelve la cara hacia otro lado. De entonces acá han transcurrido cuarenta años. Me gustaría pedirle perdón, pero no vive. Así y todo me gustaría pedírselo y además públicamente, y ya sólo por dicho motivo debería escribir la novela.

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