Algo que nunca debió pasar, Urgull

Libros

ketari

A veces le gustaba perderse solo por el monte Urgull. Lo conocía bien. Siempre paseaba en días laborables, alternando las horas y los días de la semana. Conocía bien todos los caminos. Las sendas. Los recovecos. Sabía qué tipo de gente podía encontrarse según la hora y el lugar. Parejas. Jubilados. Niños. Allí podía perderse tranquilo y pasar horas mirando la ciudad.

Una vez subió con Dudú la guineana. Fue la época ue paseaba con ella como si fueran una pareja de. Vivía esa fantasía. Había días en que pasaba a recogerla al Kukubiltxo y se iban juntos a comer, a cenar a pasear. Aquello también se acabó, pero hubo días en los que podía aislarse ): confrmdírse creyendo que la vida le estaba dando una segunda oportunidad. Días como aquel en que pasearon de la mano por Urgull, tomaron una cerveza en el polvorín y al atardecer, tras la puesta de sol, extendieron una manta en una campa y follaron sin ahorrar gritos ni gemidos como si aquello fuera la habitación de un hotel de carretera.

Unos chavales que bebían moscatel a morro contemplaban el espectáculo desde el talud de encima de la campa. Ramírez tumbado encima de la manta de cuadros con los pantalones por las rodillas y Dudú con el vestido subido hasta la cintura deslizándose cada vez más rápido sobre él. Dudú mandaba. Adelante y atrás. Adelante y atrás. Los chavales con los ojos fijos en el culo de Dudú. Un espectáculo gratis como no habían visto otro en su vida. Date la vuelta, le pidió Ramirez al cabo de un raro. Ella se quitó el vestido y siguió cabalgando, mirando hacia el frente. Cuando Ramírez ya estaba a punto, uno de los chavales les gritó “guarros” y otro les dijo que se fueran a casa. Pararon. Ramírez se levantó fuera de sí, asustado, sabiéndose los pantalones con una mano y apuntando con la pistola hacia donde había venido el grito. Los chavales no esperaban esa reacción, echaron a correr; pero no tenían más remedio que descender del talud y Ramírez les pilló a la bajada. Dudú le gritaba que les dejara en paz, que eran unos críos, que no pasaba nada pero él estaba aterrorizado y obsesionado con que alguien pudiera seguir sus pasos. Para colmo, los chavales llevaban unas pegatinas de Amnistía y contra Lemóniz.

Pag.: 115

urgull algo que nunca debió pasar prostitución sexo