Algo que nunca debió pasar, Pretil subida al Castillo

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ketari

Se entretuvo un rato en el pretil de piedra que da al puerto, respirando el aire del mar y escuchando el ruido de las olas que llegaba hasta allí en el silencio de la noche. Los pensamientos llegaban también con las olas en un día de mar agitado. Pensaba en lo que le había llevado hasta allí y en qué poco podría hacer por esa niña. Pensaba en esa ciudad que se extendía de la bahía hacia adentro y que llevaba sin pisar más de veinte años. Pensaba en sí mismo más solo y más solitario que nunca. Las conclusiones eran lúgubres, pero había aprendido a vivir con ellas, con la tristeza como compañera. La ciudad rezumaba tanta melancolía como salitre y humedad y quería ver qué quedaba de la que él conoció. Aunque sólo fuera para convencerse de que no quedaba nada.

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