Algo que nunca debió pasar, Pasajes de San Pedro

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ketari

Arrancó el coche y condujo sin rumbo con todas las ventanillas abiertas, dejándose hipnotizar una vez más por lo que le ofrecía la ciudad., vieja conocida suya. El aire le hacía sentir bien. Retrasó la llegada todo lo que pudo, tomando el camino más largo, como si viajara en un deja vú constante, donde parte del paisaje era el mismo y el resto había evolucionado desde una foto que tenía fijada en su recuerdo. Condujo hasta la frontera por la autopista y en la última salida antes de entrar en Francia dio la vuelta. El gris del asfalto era sólo un poco más oscuro que el color del cielo y sólo de vez en cuando un leve resplandor se filtraba entre las nubes para enseguida desaparecer. Tomó la salida de Intxaurrondo y bajó hasta el Alto de Miracruz. Ahí, en lugar de dirigirse hacia la falda del monte Ulia giró a la derecha y continuó hasta el Puerto hasta que se detuvo al final de San Pedro, al lado del embarcadero donde se toma la barca que cruza a San Juan. Se asomó al agua color plomo y miró hacia un montón de chatarra que esperaba en el muelle a ser cargada. Sintió su propia inutilidad y la rabia por la niña muerta, la estupidez de la policía y la desdicha de algunos en este puto mundo tan cruel. Sintió un miedo que luchaba con la decisión que da el sentido del deber, cansancio y agitación, eso y muchas cosas contradictorias bajo un cielo bajo y un sol tímido que le hacia sudar y sentirse abotargado. Había visto mucho, pero nadie se acostumbra a los niños muertos. El había visto alguno a lo largo de su vida y también les había visto sufrir, entre ellos a su propia hija.

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