Algo que nunca debió pasar, Cuartel calle Zumalakarregi

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Subieron y bajaron el monte Aiete por una carretera que Ramírez no conocía, para llegar a la recta de la Avenida de Tolosa y desembocar en la playa.

—¿Y el cuartel? —preguntó Ramírez al pasar por delante del sitio donde estuvo el cuartel de la Guardia civil en la calle Zumalacárregui y ver que en su lugar habían levantado un edificio de pisos.

—No, los cuarteles han ido desapareciendo del centro de la ciudad. Mejor así, es más discreto, tampoco hacen tanta falta ahora.

—O sea que después de tanto aguantar y aguantar, han vendido los terrenos para pisos. Los que estaban , todo el día chillando “perros fuera” y todo eso, al final han conseguido que nos fuéramos ——decía Ramírez en voz baja, casi para si, con más sorpresa que rencor.

—Te llevo por aqui para que veas la ciudad, para que te des cuenta de cuánto ha cambiado el terreno —le decía Gutiérrez mientras atravesaban el paseo de La Concha, rehuyendo hablar de temas que le quedaban ya lejanos.

Ramírez veía desñlar San Sebastián ante sus ojos en aquel día nublado ——en eso de las nubes esto no ha cambiado nada, se dijo— y pensó que para Gutiérrez sería más fácil enfocar el tema de esa manera que ir directo al grano. A pesar de que no se veía rastro del sol, había bastante gente en la playa como si supieran que el verano no daba para más y había que aprovechar cualquier día.

A medida que iban recorriendo la calle San Martín, Ramírez contemplaba las casas de estilo francés de seis o siete alturas y a la gente, satisfecha de vivir ahí, caminando sin prisa. Era una ciudad tan bella que imposible que hubieran pasado cosas malas, como sucede con las mujeres guapas que tendemos a olvidar y no tienen por qué ser buenas, pensó Ramírez.

Pasaron por delante del Buen Pastor, enseguida llegaron al puente de Santa Catalina y entraron al barrio de Gros.

 

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