Algo que nunca debió pasar, Barrio de Capuchinos

Libros

ketari

Si, se acordaba de todo. Solían ir con frecuencia por el Txistu, el bar que tenían los padres de Marisa en Capuchinos. Empezaron a ir, como tantos, con la excusa de ver los partidos del mundial, por no ir a casa, y después de que eliminaron a España siguieron yendo por verla a ella, ya sin excusas. Era un barrio seguro para ellos, sin sorpresas, hasta que pusieron el petardo. Pero fue mucho después. Marisa era una preciosidad, alta y delgada aunque llena de curvas, con una melena rubia hasta la cintura y la forma de hablar pausada, con una madurez que no correspondía a su edad, como si tuviera todas las respuestas, le gustaba pensar a Ramírez. Para él fue una especie de tregua dentro de su locura, un asidero donde agarrarse para no seguir en caída libre tras el atentado del ochenta.

Un lunes de otoño se pasó por ahí hacia las ocho sin decir nada a Gutiérrez. Su mujer ya no le esperaba nunca a cenar y estaba a punto de largarse pero a él no le importaba. En aquel tiempo todavía camuflaban sus problemas ante la familia y los amigos con la excusa de la dichosa seguridad. Con ese motivo, ella se marchó con la niña a Madrid después de las navidades de aquel año. Desde entonces ya no volvió a verlas más que en un par de ocasiones.

Se metió una raya dentro del coche y entró. Los viejos estaban terminando sus partidas antes de irse a cenar y, a partir de esa hora, los padres de Marisa le dejaban a ella la caja que hiciera hasta las doce. Ramírez se puso nervioso porque creía que tenía posibilidades pero no sabía cómo entrarle.

 

Pag.: 78

capuchinos algo que nunca debió pasar errenteria