a las 10 en casa (pag. 98)

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rocio

Cuando hacía mal tiempo aumentaba la actividad comercial en Usandizaga, las amas de casa de Gros renunciaban a pasar el puente del Kursaal para hacer sus compras en el mercado de la Bretxa, el viento empujaba la lluvia en horizontal. Teníamos que echar más serrín al suelo, a los pies de las clientas, para combatir el agua y evitar los resbalones. Pero valía la pena, se hacía otra caja. También algunos transeúntes se refugiaban temporalmente con nosotros, pasando de cobijo en cobijo. Así recuerdo que un día entró el de la bata gris que vendía condones, pero no miró a nadie, a mi padre tampoco. Otra vez se refugió Txantxillo con su viejo coche de niños, donde llevaba sus bolsas de plástico y su xilofón.

Txantxillo era un personaje muy popular, pequeño y muy delgado, que fue pintado por varios artistas. De edad indefinida, pobre y vestido con una chaqueta grande, con las mangas recogidas, tocaba el xilofón y lo hacía terriblemente mal. No sé si sabía más de una canción, tocaba siempre una estrofa de la Internacional. Llegaba a un bar, principalmente en la parte vieja y, sobre todo, en La Cepa, se colocaba en una esquina, sacaba el xilofón y tocaba tres minutos que no escuchaba nadie. Acto seguido pasaba su cajita de madera pidiendo la aportación al artista. Era tal su popularidad que logró lo que ningún mendigo: la gente le pedía que tocara, y rivalizaba en las limosnas. Nunca supe si realmente era pobre o si interpretaba el papel de mendigo.

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