a las 10 en casa (pag. 69-70)

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rocio

El baile del Monte Igueldo tenía muchísima más parafernalia y más morbo. De entrada, subíamos todos en el funicular al que a su vez, llegábamos en autobús. Ese largo trayecto servía ya para ojear y tantear nuestras opciones; el corazón se aceleraba con la expectativa. Ante nosotros se abrían las esperanzas en una sala cubierta y alargada con orquesta al fondo, suelo de madera y calorcito a la media hora con posibilidad de ropero para los chulitos.

Luego estaba la opción de alquilar el local del Metropol en Gros, del Ezeiza en Ondarreta o del Guría en el centro. !Al ataque! Se trataba de invitar a las chicas a pecho descubierto, paseábamos por la Avenida arriba y abajo, a la izquierda y a la derecha, y cuando encontrábamos un grupo, alguno lo paraba y lanzaba la invitación. Que sí, que no, que tal vez... No era fácil completar un número parejo de chicos y chicas.

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