Corrieron rumores de que en la calle Secundino Esnaola había maniquíes enteros. Aquella tarde y otras muchas más desfilamos delante de "Modas Gutiérrez" simulando indiferencia o espera. Luego nos parábamos mirando absortos nuestro secreto con las manos en los bolsillos de los pantalones cortos, sintiendo el cosquilleo. Nos enamoramos de las muñecas pintadas burdamente con labios rojos y ojos azules, manos alargadas y dedos estirados hacia delante, con una pierna avanzada simulando andar y el cuerpo un poco inclinado hacia atrás. Conocimos sus modelos de primavera y de verano, vestidos estampados, faldas con mucho vuelo (lo que nos obligaba a agacharnos un poco) escote cuadrado, a veces foulard y otras, bolsos y cestas colgados del brazo doblado. Un lunes de verano por la tarde vimos los maniquíes desmontados en el suelo; ni las tetas tenían manchas ni puntas, ni sus culos tenían pelos como nos habían prometido.