Las jugueterías colocaban en la calle una estatua de tamaño natural del Rey Baltasar, en cartón piedra, que portaba una urna en sus brazos donde los niños introducían sus cartas, el rey de la calle Hernani era el más frecuentado; hasta allí iban los críos acompañados de sus mayores con el sobre de sus deseos apretado en la mano y rebosante de sueños.
La Navidad terminaba cuando, con enorme pereza, recogíamos el Nacimiento, envolviendo las figuras en papel de periódico para el año siguiente y tirando el musgo que con tantísima ilusión habíamos cogido en Ulía tres semanas antes.