Un puente sobre el Drina: Nezuke

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Más allá del puente, a menos de una hora de marcha por la ribera del río, en el corazón mismo de los montes abruptos desde los que como de una pared oscura surge el Drina describiendo una curva repentina, se halla una estrecha banda de tierra buena y fértil en las orillas pedregosas del agua. Son los sedimentos del río y de los torrentes de los Riscos de Butko. Allí se sitúan campos y huertos, ya un lado, prados empinados de hierba fina que en lo alto se pierden en un roquedal escarpado y en una maleza sombría. La aldea entera es propiedad de los beyes Hamzic, que también se apellidan Turkovic. En una mitad se alzan cinco o seis casas de renteros y en la otra las casas de los hermanos Hamzic, con Mustaj Bey a la cabeza. La aldea está aislada y en un paraje umbrío, poco soleada pero también a resguardo del viento, más rica en frutales y heno que en trigo. Rodeada y ceñida por todas partes por montes altos y escabrosos, la mayor parte del día está a la sombra y siempre en silencio, de manera que cualquier llamada de los pastores y cualquier movimiento brusco de los cencerros de los terneros resuena como un eco de los montes estrepitoso y múltiple. Hasta allí conduce un único camino desde Visegrad. Cuando uno cruza el puente, saliendo de la kasaba, y abandona el camino principal que tuerce a la derecha río abajo, y desciende hasta la orilla, encuentra un estrecho sendero de piedra que discurre a la izquierda del puente, por un canchal desierto, siguiendo el curso del Drina, como una orla blanca en el negro talud del río. En ese sendero, visto desde lo alto del puente, un jinete o un viandante parecen marchar por una angosta pasarela entre el agua y el canchal, y mientras caminan su figura se refleja constantemente en el río verde y manso.

Ese es el camino que lleva de la kasaba a Nezuke, y en Nezuke se acaba porque desde allí no hay a donde ir ni nadie que viaje. Sólo por encima de las casas, en el lado escarpado, cubierto de un bosque ralo, están cortados dos profundos barrancos blancos por los que zigzaguean los pastores cuando van al monte en busca del ganado. Ahí se alza la casa grande y blanca del mayor de los Hamzic, Mustaj Bey. No es más pequeña que la de los Osmanagic en Velji Lug, pero a diferencia de ésta resulta totalmente invisible entre la hondonada y la espesura a orillas del Drina. A su alrededor, en un semicírculo, crecen once álamos altos que con su rumor y balanceo animan sin cesar ese paraje cerrado por todas partes y de difícil acceso. Debajo de ella se encuentran sólo las casas, algo más pequeñas y modestas, de los otros dos hermanos Hamzic. Todos los Hamzic tienen muchos hijos y todos son delgados, altos, pálidos, silenciosos y reservados, pero bien avenidos y diligentes en el trabajo, acostumbrados a apreciar y defender lo que es suyo. Igual que la gente más acaudalada de Velji Lug, también tienen en la kasaba su tienda a la que llevan todo lo que producen en Nezuke. En cualquier estación del año ellos y sus renteros pululan como hormigas y reptan por la estrecha senda pedregosa junto al Drina; unos acarrean la mercancía a la ciudad y otros regresan después de terminar el trabajo, con el dinero en el cinturón, a su pueblo invisible entre las montañas.

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