La mayor parte de su curso el río Drina discurre a través de angostas gargantas entre montañas abruptas o por profundos cañones cortados a pico. Sólo en unos pocos puntos del lecho fluvial las orillas se ensanchan en valles abiertos y crean, en ambas márgenes del río, paisajes apacibles, en parte llanos, en parte ondulados, apropiados para cultivar y ser habitados. Una de esas vaguadas se extiende aquí, en Visegrad, en el lugar donde el Drina, saliendo de la estrecha garganta que forman los Riscos de Butko y el monte Uzavnica, se dobla de forma repentina. La curva que describe aquí el Drina es insólitamente brusca y las montañas a ambos lados son tan escarpadas y están tan próximas que parecen un macizo impenetrable del que el río brotara como de una muralla sombría. Pero justo en ese paraje las montañas de pronto se abren en un anfiteatro irregular cuyo diámetro en el punto más ancho no supera los quince kilómetros en línea recta.